Formación Espiritual

Porque Creo en La Necesidad de Nuestra Salvación

"Sobre esta sombría realidad, Dios destella Su brillante amor que sobrepasa nuestra oscura calamidad." by El Mayor David Repass

Sólo he entrado en una joyería tres veces en mi vida. Y cada vez fue para comprarle algo a mi amada. Esos negocios me son dificultosos porque los precios en mi presupuesto severamente disminuyen mis opciones. Pero una cosa he notado aun en las pocas veces que he visto sus mercancías: todos utilizan el mismo método de presentación.

Las joyas siempre son exhibidas acostadas sobre un trasfondo que las contrasta. Sea por su color o brillo, esas bellas piedras son puestas sobre un tono que hace resaltar sus cualidades. Es un sabio método para convencernos de aceptar sus ofertas, pues nos ha impresionado el resalte de esa promoción.

Este método también es utilizado en la Biblia cuando Dios habla de la completa depravación humana. En contraste a la descripción de nuestra grave condición vemos con más claridad Su inefable gracia. El perdón divino resplandece como un diamante sobre la negrura de nuestro pecado.

Es así como podemos aceptar las tristes descripciones que leemos en las páginas del Libro Sagrado. (Véanse los ejemplos en Génesis 6:5, 11–12; Salmo 14:1–4; Ezequiel 9:9; Gálatas 5:19–21; Efesios 4:17–19; y 2 Pedro 2:13–15.) Y aunque nos duela escuchar las malas noticias, si estamos atentos a la voz divina, pronto escuchamos también Su llamado a volver a Él (Isaías 1:18; Joel 2:12–13; Zacarias 1:3; Mateo 23:37; Hechos 3:19; 2 Pedro 3:9).

Es verdad que muy temprano en la historia humana, vemos nuestro rechazo de todo lo bueno que Dios ofreció. El mundo entero y sus deleites fueron expresamente creados para el sustento de los seres humanos (Génesis 1:2–-30), añadiendo también la máxima bendición de Su continua fraternidad. Un idílico jardín y una íntima amistad con su Hacedor… ¡y una eternidad para disfrutarlo todo!

Génesis 2:25 nos brinda un detalle muy especial de esta escena. Habiendo Dios desplegado Su plan para la relación entre cada marido y mujer, el autor añade que ambos estaban desnudos; pero sin avergonzarse. Este inocente estado, sin alguna preocupación, la vemos aún hoy en los niños muy jóvenes que tampoco tienen ningún descaro por estar desnudos.

Pero el enemigo de nuestras almas odiaba tanto a Dios que decidió tropezar a Sus criaturas. Con la expresa intención de destrozar todo lo hermoso que Dios había hecho, la vil serpiente conversó con los inocentes hasta que logró que ambos decidieran desobedecer al benévolo Señor.

Si bien no podemos realmente entender por qué tomaron este terrible camino, sólo necesitamos mirar a nuestras propias torpes decisiones para ver cuán fácilmente somos distraídos por las diabólicas mentiras. La Biblia claramente describe este proceso (Santiago 1:14–15), ¡que a veces es más un “batallar” (Efesios 6:12)! Y nos recuerda que nuestro enemigo siempre está merodeando con muy malas intenciones (1 Pedro 5:8).

No muchos argumentarán la obvia inocencia juvenil, pero algunos se traban en pensar que los angelitos durmiendo en la cuna llegarán a ser los tiranos en el patio de recreo. Si bien comienzan con sonrisas, al mirar a sus padres, pronto se tornan en suspiros desesperados cuando de adolescentes no entienden por qué no aceptamos sus ignorantes indiscreciones. Cada padre y madre en el mundo conoce esta penosa mutación.

Es esta triste transformación que fuertemente nos indica como dentro de cada alma humana hay una semilla letal, que pronto brota en pensamientos y actos contrarios a lo correcto. Cada persona recibe esta triste herencia de nuestros primeros padres, condenándonos a que decidamos lo incorrecto (Romanos 5:12). Temprano cada niño desprecia las instrucciones paternales y pronto todos rechazamos los divinos mandatos también (Génesis 8:21; Salmo 58:3; Juan 3:19; Romanos 1:21).

Pero esta amarga condición humana no termina con las travesuras de nuestra infancia. Todos los que han caminado algún tiempo bajo el sol descubren su propia siniestra tendencia por escudriñar nuevas profundidades de perversión. Al hombre lo incita la inquietud por explorar nuevos horizontes, y no nos disuade ninguna amable precaución divina o sabia prohibición humana. 

Si anclamos el origen de nuestra depravada inclinación en Adán y Eva, es nuestra propia desviación la que nos expone a la ira de Dios. Romanos 3:9–12 (NVI) nos enseña que ninguna persona puede pasar la responsabilidad a otros: “…hemos demostrado que tanto los judíos como los que no son judíos están bajo el pecado… No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado; juntos se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!”

Aquí, sobre este tenebroso trasfondo, “…Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8 NVI). La insufrible condena colgada sobre la humanidad claramente resalta la infinita gracia divina. 

Pablo continua su disertación en Romanos 5, demostrando como nuestra despreciable situación sucumbe ante la enormidad de Su perdón. La gracia de Dios abunda, suficiente y más para completamente erradicar nuestra transgresión. Dios nos obsequia algo que no sólo reduce nuestra deuda, sino la cancela totalmente. Si bien el pecado entró por uno castigando a todos con pena de muerte, el sacrificio de Uno trajo el don de vida eterna para todos los que le reciben por fe (Romanos 5:15–21).

Podemos entonces creer “que nuestros primeros padres fueron creados en estado de inocencia, mas por haber desobedecido perdieron su pureza y felicidad y por efecto de su caída todos los hombres han llegado a ser pecadores, totalmente corrompidos, y como tales están con justicia expuestos a la ira de Dios” (Doctrina 5 del Ejército de Salvación).

Sobre esta sombría realidad, Dios destella Su brillante amor que sobrepasa nuestra oscura calamidad. Nuestra negra circunstancia es pues el telón donde Dios despliega Su joya: nuestro Salvador. 

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